Parque de los Álamos, o simplemente «El Parque» por antonomasia. Sí, Alcalá tiene varios parques, cada uno con sus características y su belleza, pero si nos citamos «en el Parque» estamos quedando en «el de toda la vida».
En efecto, el Parque de los Álamos ha estado ahí «de toda la vida» o casi. Ya en el siglo XVII se utilizaba este amplio espacioabierto como lugar donde ejercitar la caballería. Su arranque como tal parque, lugar de solaz para la población alcalaína, está en el siglo XVIII y posteriormente en la dictadura del general Primo de Rivera. 
En algunos de los viajeros podemos leer referencias al mismo, a sus álamos, así como a sus olmos, hoy casi desaparecidos por efecto de una enfermedad llamada grafiosis.
En 1812, el viajero chileno Nicolás Cruz y Bahamonde escribía de nuestra ciudad: Antes de la salida tiene un buen paseo de álamos; luego se ven tres arcos que forman la entrada, y después continúa otra alameda.
Y en 1836, George Dennis escribirá: En la parte inferior de la ciudad, la Alameda, plagada de rosales da un aspecto de modernidad. A su vez, Charles Rochfort Scott sentenciará en 1838: La plaza es espaciosa y bastante bonita. La alameda es sombría y abundante en fuentes.
Nuestro parque, situado en la calle Álamos, tiene forma de triángulo isósceles. En el vértice superior se sitúa la entrada; a ambos lados hay dos artesanales postes de forja con triples farolas en la parte superior. Luego, una glorieta con la fuente del alcalaíno Remigio del Mármol que otrora estuvo en la plaza del Ayuntamiento, hasta ser traída a su actual ubicación en 1822. Esta fuente antaño clásica y seria, se «vistió» recientemente con chorros saltarines y luces de colores al anochecer. A mí me encanta su sonido, por eso escribí: Canta la fuente su canción / para la Mota / y San Antón.
Desde aquí se puede ver el Pilar de los Álamos, parte del Palacio Abacial y el comienzo del popular Llanillo.
Caminando en sentido opuesto llegaremos a las calles Miguel Hernández y Obispo Ceballos, donde está situada la Biblioteca, el Archivo Histórico y el Aula Magna de Capuchinos.
estatua y parqueEl Paseo es un microcosmos, tiene mucho que ofrecer y merece un análisis detallado. Veámoslo:
Por la mañana podréis ver a madres y padres con sus hijos que son llevados a centros educativos. No están aquí para caminar, están de paso a otros menesteres. Tal vez amas de casa que han salido a la compra o trabajadores que, al no haber distancias en Alcalá, van andando a su oficina o comercio.
Pasado este primer flujo de gente, es el turno para aquellos que vienen «a estirar las piernas» o a sentarse a desayunar café y churros (al aire libre si el tiempo es bueno) o bajo cubierto si la mañana está fresca. En este o aquel banco veréis a alguien leyendo el periódico; tal vez algún sexagenario haciendo ejercicio en los aparatos instalados a tal efecto o sentado pedaleando bajo el cedro. Quizás una madre o un abuelo empujando un carrito con un bebé. Posiblemente pequeños grupos charlando sobre el devenir cotidiano.
No muy tarde veremos llegar a Pepe encorvado trayendo la prensa; a Carmen Juan, serena y constante, acudir «a su trabajo» en su biblioteca; a Domingo Murcia con su periódico bajo un brazo, hecha ya la compra diaria del pan y sobre las dos, a Rafa tomarse una cocacola en Delicious. En cualquier momento del día, en la perspectiva del parque es probable que veáis la notable figura de Paco Toro que va o vuelve del Ayuntamiento.
A eso de las 11:30 el parque se llenará de chicos y chicas de la SAFA que por doquier comen el bocadillo durante el recreo y charlan de clases y exámenes.
Pasada media mañana, junto al templete de la música, es casi seguro poder observar «el Congreso»: un grupo de hombres de la tercera edad que hablan de todo, con contundencia, intercambiando opiniones.
El templete es un espacio elevado, lugar para la música en mañanas y tardes de primavera y verano. A mí me gusta porque desde aquí hice un dibujo que integraba tres planos: un primer plano del parque y sus árboles, otro segundo, marcado por la iglesia de San Antón y su campanario y un tercer plano, en la distancia, con la Mota vigilante y etena.
Entre las dos y dos y media, el parque será la arteria que haga fluir todo tipo de gente: joven, adulta y anciana. Niños y niñas que juegan en columpios y toboganes vigilados por padres y madres que charlan, trabajadores que regresan a casa a comer tras haber cumplido con la jornada laboral matutina; un grupo de desempleados que, en animada charla, junto a la fuente de las Ranas se van pasando y compartiendo una litrona.
En cualquiera de las terrazas, si el tiempo es bueno (y suele serlo), amigos, familiares se toman una cañita o un vino con una generosa tapa en cualquiera de las terrazas de la zona.
Por la tarde, el parque parece dormir su siesta y despertarse a eso de las seis para ver pasear a parejas, grupos de jóvenes, adultos que van y vienen, que leen las esquelas junto al quiosco de los periódicos, que van o vuelven a leer o conectarse a internet en la biblioteca. Y casi seguro, veréis un grupo de mininos que desde hace algún tiempo se han señoreado del lugar y pasean, indolentes, arriba y abajo, mirados de reojo por el perro de esa señora que lo lleva de la correa y vestido como para ir al polo norte.
Puede que, mientras paseáis, sintáis rozaros el aire por un chico/a en bicicleta o debáis esquivar un balón de un grupo de mozuelos que tratan de emular a Messi y a Casillas; hasta es probable que sortee vuestra figura un/a experto/a patinador/a. Echo de menos la figura de Luis, «el gitano», con sus gafas Rayban, su cachava y su palillo en la comisura de los labios que imponía su ley y su orden entre grandes y pequeños, adusto, pero siempre correcto y educado.
Por la noche, en primavera y verano, el frescor del lugar, el sonido y las luces de las fuentes, el olor de las flores llenarán el aire de sensaciones placenteras. Las terrazas y bancos llenos, un ir y venir de alcalaínos de todas las edades. Se charla, se ríe, se juega, se camina, nos saludamos, los jóvenes (y los que no lo son también) compran «chuches» o frutos secos en «Chechu».
Si la noche es otoñal por el paseo no andan «ni las águilas», Presurosa, aterida, la gente llega hasta la fuente, da la vuelta y se recoge en su casa: enaguas, brasero y mesa camilla frente a la tele.
Recuerdo haber visto a mis hijos y otros niños (hace ya años) jugar a tirase bolas de nieve, rodar por el suelo o hacer un muñeco. Cada año es esto más infrecuente: cosas del cambio climático.
Sí, como digo, las estaciones marcan y determinan la afluencia de la gente en el parque y le visten de tonos diferentes. En primavera y verano los parterres de rosas imponen su fragancia: pasar junto a la esquina de Capuchinos es un placer olfativo. Ver los ocres y marrones, el suelo con hojas en otoño es una paleta de colores.
Se han plantado todo tipo de árboles y cada uno nos ofrece sus colores según la estación. El parque está cuidado. Hoy en día podemos encontrar álamos, palmeras, pinos, tuyas, cedros, abetos, cipreses, plataneras, árboles del amor, acacias, almeces, castaños. Yo tengo mis favoritos: me gustan los dos cedros (uno a cada lado del paseo), pero quien me tiene enamorado es el alto pino, ese que se deja abrazar por la hiedra, el mismo que calladamente sabe oír el son que toca el músico esculpido en piedra con su dulzaina o chirimía escoltado por su perro
¡Este Parque tiene tanto que ofrecer! Los rincones son variados y para todos los gustos: hay agua para beber y refrescarse y dos lugares para disfrutar del agua: su imagen, su sonido. La fuente de las Ranas está semi escondida y, me dicen, en otros tiempos no tenía buena fama por esa posibilidad de ocultación: «Niña, a la fuente de las Ranas, no vayas».
Las terrazas son lugares para ver, observar a los paseantes a la vez que se toma una cañita acompañada de una tapa, se disfruta del sol del mediodía y se charla de temas mil.
Cuadro Juan 2Veo el Parque como un conglomerado de sensaciones: me alegra ver tantos niños jugando en columpios y toboganes; me gusta ver a padres y madres pasear arriba y abajo empujando sus cochecitos porque sé que ellos son la fuerza y la sabia del futuro; me preocupa ver tantos ancianos porque me recuerda que la pirámide de población, como en toda España, está tendiendo hacia el envejecimiento y eso me provoca sombras y temores. Por eso es una costumbre ver gente parada junto al quiosco que vende la prensa, leer las esquelas mortuorias. Para saber y para recordarnos que nosotros seguimos aquí.
De un tiempo a esta parte, el parque tiene unos menudos habitantes: una serie de gatos, de todos los colores y pelajes, bien alimentados, que de forma pausada, casi indolente, cruzan de un extremo a otro para perderse entre los arriates.
El parque tiene varias estatuas. Personalmente tengo mi favorita: ese músico-pastor con su perro a su vera, bajo un pino recio cuyo tronco es abrazado por la hiedra. Vicente Moreno lo esculpió y dejó en él latente su mundo de alegorías.
El Padre Villoslada tiene su busto en homenaje a su labor en las escuelas de la SAFA. Desde su peana mira constantemente la entrada y salida de escolares del centro educativo.
Pep Ventura se recuerda en una figura sencilla y estilizada, una sardana donde los danzantes se toman de la mano. Parece querer unir dos regiones: Cataluña y Andalucía.
Dos monumentos se fueron, ambas derruidas por la mano del hombre: el monumento a los caídos y los Arcos.
Pronto veremos llegar una nueva estatua: frente a la biblioteca y el archivo histórico, en lo que ha dado en llamarse Lonja del Arcipreste, viene de camino una estatua de notables dimensiones para homenajear a quien dicen que pudo ser alcalaíno: el arcipreste, Juan Ruiz de Cisneros.
Aquí seguiremos todos, en este escenario, este minimundo que a todas las horas del día ve pasar los alcalaínos arriba y abajo.

Fuente:http://alcalalareal.ideal.es/actualidad/4287-paseos-por-el-parque.html